LEYENDAS DE OCEANIA



Gnowee, la diosa del Sol

Cuando en nuestro planeta reinaban el frío y las tinieblas, llegó a la Tierra Gnowee. Ella, además de traer consigo a su pequeño hijo y a muchos familiares y amigos, trajo también el fuego.

La vida era muy dura con tanto frío y oscuridad, por eso muchos de ellos se enfermaron y entre todos debían trabajar muy duro para buscar los alimentos a la luz de las antorchas.

Un día, mientras Gnowee recogía frutos y raíces en los campos, su hijo salió de la cueva donde se refugiaban y se perdió en la oscuridad interminable. 

Al saberlo, su madre, encendió una antorcha enorme y salió en su busca. Recorrió toda la tierra; desesperada, quería ver en todas partes. Tanto deseaba hallarlo que con un gran esfuerzo, se elevó por el aire y la luz pudo al fin alumbrar la Tierra, pero ni así logró encontrar a su pequeño.

Por eso, cada mañana sube al cielo con su gran antorcha encendida en las manos y solo desciende para descansar cuando la vence el sueño. Entonces vuelve otra vez la oscuridad.


El Nacimiento del Arroz


Cuéntase que cierto día, el dios Siva de Java creó una mujer que excedía a todas en hermosura. La quiso hacer su esposa y, aunque ella se resistía al principio, se vio al fin obligada a acceder más que nada por los ruegos de todos los dioses.


Sin embargo, pidió una condición a Siva.

—Quiero —le dijo– que me proporcionéis un ali­mento quo nunca llegue a cansarme.



El dios puso entonces en juego los mayores recursos para alcanzar lo que la hermosa mujer exigía. Y sin pérdida de tiempo envió emisarios a las cuatro partes del mundo con la orden de recoger los más sabrosos y exquisitos manjares.

No obstante, todo fue en vano. Por más frutos que le llevaron a la bella mujer no se daba nunca por satisfe­cha. Con el correr de los días se la vela desmejorar, quedarse demacrada y sin fuerzas.
Y tanto necesitaba el alimento imposible de hallar, que al fin murió de inanición.

El dios Siva la hizo enterrar con grandes pompas y ordenó celebrar solemnes funerales.

Pero justamente a los cuarenta días de haber sido sepultada aquella hermosa mujer, sobre la tumba surgió una linda y exótica planta que jamás nadie había visto: era el arroz.

Siva hizo sembrar su semilla y con la cosecha obte­nida de ella comieron luego todos los dioses.
—Es un alimento muy grato —comentaron las divi­nidades.
Y entonces decidieron revelarlo a los hombres. A partir de esta fecha, el arroz les fue tan eficaz, que siem­pre ya se han alimentado de él, sin cansancio, princi­palmente en Extremo Oriente y Oceanía.

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